La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel que se caracteriza por un intenso picor y piel seca. Aunque puede afectar a personas de cualquier edad, es más frecuente en la infancia. De hecho, el 60 % de los pacientes inician la enfermedad en su primer año de vida, y hasta el 85 % en los primeros 5 años, según datos de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV).
En la mayoría de los casos la dermatitis atópica se supera en la infancia o adolescencia temprana; sin embargo, en torno al 25 % de los pacientes continúa teniendo eccema en la edad adulta.
Tal y como indican los expertos de la AEDV, en el origen de la dermatitis atópica están la genética, la disfunción de la barrera cutánea, las alteraciones del sistema inmunológico y factores como el estrés.
Las personas con antecedentes familiares de dermatitis atópica tienen más riesgo de desarrollar la enfermedad y se han identificado varias mutaciones genéticas que alteran la barrera cutánea y favorecen una inflamación persistente, como por ejemplo las mutaciones del gen de la filagrina. Asimismo, la integridad de la barrera cutánea en las personas atópicas está alterada, lo que facilita la pérdida transepidérmica de agua y la entrada de antígenos ambientales que desencadenan la activación del sistema inmunitario y, en consecuencia, la aparición de inflamación y de la dermatitis atópica. Otros factores que afectan a la barrera cutánea son los cambios de temperatura, la humedad o la radiación solar.
La dermatitis atópica puede mejorar con tratamiento tópico y/o sistémico, dependiendo de la gravedad y características del brote, para restaurar la barrera cutánea. Además, es muy importante que el paciente conozca bien su enfermedad para evitar los factores exacerbantes y mejorar el autocuidado.
El tratamiento de la dermatitis atópica incluye el uso de corticoides locales e inhibidores de la calcineurina en las fases más activas de la enfermedad; antibióticos en caso de sobreinfección bacteriana, y antihistamínicos, para controlar el prurito. Estos medicamentos requieren prescripción médica y es fundamental consultar con el médico antes de utilizarlos, así como evitar la automedicación, ya que pueden tener ciertos efectos adversos, como la fotosensibilidad, por lo que es necesario proteger las zonas afectadas de la radiación solar.
En los casos más graves se pueden administrar por vía oral o por inyección, antihistamínicos, antibióticos, corticoides, inmunosupresores como la ciclosporina, y terapias biológicas, entre otras opciones terapéuticas.
En todo caso, los pacientes con dermatitis atópica deben mantener un buen nivel de hidratación de la piel con cremas, geles, oleogeles, lociones para pieles atópicas y preparados lipídicos estructurales adecuados para su enfermedad.
En el otoño y el invierno confluyen varios factores que empeoran la dermatitis atópica y aumentan el riesgo de brotes.
Por un lado, están los cambios bruscos de temperatura, que contribuyen a la exacerbación de la dermatitis atópica. Estos cambios se acrecientan en los meses de otoño e invierno, en los que pasamos con frecuencia del frío moderado o intenso del exterior, al calor de los espacios interiores, que en ocasiones es excesivo debido al abuso de la calefacción. Asimismo, el frío produce la deshidratación propia de las pieles atópicas.
Por otro lado, el uso de más prendas de abrigo junto con los cambios de temperatura aumentan la sudoración, que es la peor enemiga de la dermatitis atópica porque irrita la piel y puede desencadenar un brote de lesiones eccematosas.
A esto debemos sumar el hecho de que en otoño e invierno desciende la humedad ambiental en los espacios cerrados debido a la calefacción, lo que favorece la deshidratación de la piel y el picor.
La Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica ha elaborado una serie de recomendaciones para evitar el empeoramiento de la dermatitis atópica en otoño e invierno que pueden poner en práctica todos los pacientes con esta enfermedad, independientemente de su edad:
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