Los anticoagulantes son unos medicamentos específicos que se toman para evitar que se formen trombos en la sangre. Su objetivo principal es que la sangre tarde más tiempo en coagular y reducir así el riesgo de que aparezcan problemas que puedan comprometer la vida del paciente.
El equilibrio es fundamental en el uso de anticoagulantes: cuando la sangre tarda en coagularse pueden aparecer hemorragias y cuando lo hace demasiado deprisa pueden formarse trombos.
Si una persona no está bien anticoagulada, aumentan un 67 % los casos de ictus isquémicos, un 35 % los de hemorragias graves y un 77 % la mortalidad. Por eso, es muy importante tener el tiempo de coagulación en rango.
Los anticoagulantes se consideran unos ‘salvavidas’ para personas que tienen ciertas enfermedades, ya que ayudan a prevenir la aparición de ictus o trombosis. Entre estas enfermedades y situaciones se encuentran:
El buen control de la anticoagulación es fundamental para prevenir complicaciones. En los anticoagulantes antivitamina K, como el acenocumarol, el control se establece con el INR, el ratio normalizado internacional, valor que muestra el tiempo en que tarda en coagular la sangre en relación a una persona normal que no toma anticoagulantes. El INR se mide mediante un análisis de sangre.
Según la patología que se tenga, debe situarse entre 2 y 3,5. De ahí la importancia de seguir los controles periódicos para determinar el INR.
Se debe tomar la dosis exacta prescrita por el médico y se debe hacerlo a última hora de la tarde, al menos 1 hora antes de cenar. Es importante seguir una dieta equilibrada y evitar los alimentos que interfieran con el anticoagulante, como son los alimentos que son ricos en vitamina K.
Es necesario que la persona anticoagulada evite tomar los siguientes alimentos ricos en esta vitamina:
Estas pautas no son necesarias con los nuevos anticoagulantes orales de acción directa. En la actualidad hay cuatro en el mercado: rivaroxabán, dabigatrán, apixabán y edoxabán. Estos anticoagulantes tienen un mecanismo de acción que bloquea la coagulación en un determinado punto con una dosis fija.
Su principal ventaja es que no requieren de controles periódicos, ya que su vida media en sangre es previsible y estable, y no interactúan con los alimentos. No obstante, por el momento, tienen unas indicaciones específicas.
Sangrar más de lo normal o que aparezcan hematomas por pequeños golpes son motivos suficientes para hacer un control y ajustar la dosis del anticoagulante o para estudiar si hay otro motivo por el que ha aparecido la hemorragia.
Existen situaciones en las que es necesario que la persona anticoagulada vaya a urgencias por las características que presenta la hemorragia. Hay que detener la anticoagulación si:
La fiebre no es un signo de alarma. Como en cualquier otra persona, un aumento de la temperatura corporal es consecuencia de una enfermedad infecciosa, también en los anticoagulados. Lo único que tiene que tener en cuenta una persona anticoagulada es que a la hora de tomar un antitérmico este debe ser el fármaco prescrito por su médico para evitar interacciones con la anticoagulación.
Para mitigar su dolor, un paciente anticoagulado puede tomar la medicación prescrita. En estos casos está indicado el paracetamol o el metamizol.
Ante cualquier herida, la sangre de una persona anticoagulada tarda más en coagularse. Por eso, es importante mantener presionada la zona donde está el corte hasta que deje de sangrar. Si la herida es más profunda y de mayor tamaño, se recomienda acudir a urgencias.
Si el paciente anticoagulado va a someterse a una intervención quirúrgica, lo primero que tiene que hacer es notificarlo a su médico.
Existen unos protocolos específicos para las extracciones dentales e intervenciones quirúrgicas en los pacientes anticoagulados. Según las características del paciente y de la intervención, se cambiará el acenocumarol por heparina. Tras la intervención se volverá a establecer la pauta anticoagulante de forma paulatina.
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