La relación entre fumar y el cáncer es bien conocida: el tabaco es el principal factor de riesgo evitable para desarrollar un tumor.
Según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), el hábito de fumar es responsable de un 33 % de los tumores y provoca el 22 % de las muertes por cáncer.
A estos datos ahora se suma un estudio que muestra que seguir fumando mientras se está recibiendo tratamiento contra el cáncer reduce sus efectos beneficiosos. De hecho, el estudio, que se ha publicado en Science Advances, sostiene que fumar cigarrillos produce cambios en el ADN de las células dando lugar a ‘mutaciones de parada’.
Lo que hacen estas mutaciones es dejar de fabricar proteínas específicas antes de que se formen completamente, afectando a los supresores tumorales, que son los genes encargados de liberar proteínas que impiden el crecimiento de células anormales. Sin estos genes, las células anormales crecen sin problema, lo que facilita que el tumor siga desarrollándose. Por ello, el tabaco hace que el cáncer sea más difícil de tratar.
Dejar el tabaco es lo mejor que podemos hacer si queremos evitar la aparición de un cáncer. Hay varias opciones para dejar de fumar, pero el vapeo no se debe contemplar como una vía de la deshabituación tabáquica.
El riesgo de cáncer de pulmón es entre 10 y 20 veces mayor en las personas que fuman, y cuantos más años y más cigarrillos diarios se fuman, el riesgo es aún mayor. Además, si se ha empezado con el hábito de fumar joven, las probabilidades de tener un cáncer de pulmón también son mayores.
Las más de 70 sustancias químicas que contiene el tabaco pueden causar cáncer. Cuando se inhala el humo de un cigarrillo, esas sustancias se introducen en el cuerpo y se esparcen a cualquier lugar.
La mayor parte de ellas dañan el ADN de las células, lo que hace que no funcionen de manera adecuada. El daño más importante que se relaciona con la aparición del cáncer es que las células con una alteración en el ADN se multiplican sin control, produciendo un tumor.
El tabaco también altera el sistema inmunitario. Esto es malo no solo porque favorece el desarrollo de un posible tumor sino también de infecciones.
Además, si el sistema inmunitario está debilitado, es más fácil tener enfermedades crónicas, cardiovasculares, cáncer y diabetes. Esto se debe a que, cuando las sustancias tóxicas del tabaco entran en el organismo, se produce una hiperactivación de las células inmunitarias para defenderlo de esas sustancias y, en consecuencia, aparece un efecto proinflamatorio que daña distintos tejidos. En función de los tejidos que se dañen, pueden aparecer las enfermedades antes mencionadas.
Pero no solo los fumadores tienen más riesgo de desarrollar cáncer; los fumadores pasivos también pueden sufrir esta enfermedad. De hecho, de las 8 millones de muertes que ocasiona el tabaco cada año, cerca de 1,3 millones son de no fumadores o fumadores pasivos.
Por eso, el tabaco no solo mata a quien fuma sino también a las personas que están cerca de un fumador. Por lo tanto, dejar de fumar mejora la salud de los fumadores y la de los no fumadores.
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