La varicela es una enfermedad infecciosa vírica causada por el virus varicela-zóster, responsable también del herpes zóster. Se manifiesta mediante una erupción cutánea muy característica que causa ampollas, pústulas y picor.
Se trata de una infección típica de la infancia y la mayoría de los niños terminan pasándola antes de la adolescencia, a no ser que estén vacunados. Aunque puede aparecer en cualquier época del año, la incidencia es mayor en invierno y primavera.
La varicela es altamente contagiosa, de manera que entre el 80 % y el 90 % de las personas que conviven con un infectado terminan contrayendo la enfermedad, según datos de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
La varicela se caracteriza por la aparición de una erupción cutánea que comienza como un sarpullido y evoluciona rápidamente a ampollas llenas de líquido. Estas vesículas aparecen primero en el rostro, el tronco y el cuero cabelludo, y luego se extienden por todo el cuerpo. Con el paso de los días, las ampollas se transforman en costras y la enfermedad suele durar entre 4 y 7 días.
Otros síntomas de la varicela son:
Durante los primeros días de la infección suele haber varias oleadas de ampollas, por lo que es habitual que coexistan con las costras conforme avanza la enfermedad.
Otra patología en la que también aparecen ampollas es la enfermedad boca-mano-pie, pero está causada por virus distintos al varicela-zóster y las lesiones aparecen en las palmas de las manos, las plantas de los pies y la boca, y en general causan menos molestias que las de la varicela.
La varicela se contagia principalmente a través del contacto directo con las lesiones cutáneas o a través de las pequeñas partículas líquidas liberadas por la persona infectada al toser, estornudar o hablar.
Una persona puede contagiar la varicela desde unos días antes de que aparezca la erupción (dos días, aproximadamente) hasta que todas las lesiones cutáneas se han convertido en costras, generalmente alrededor de una semana después del inicio de la erupción.
Por ello, se recomienda evitar el contacto cercano con personas con varicela y mantener medidas de higiene, como lavarse las manos con frecuencia, para prevenir la propagación de la infección.
Las complicaciones de la varicela son poco frecuentes, si bien hay grupos de población que pueden tener un mayor riesgo, como los bebés, adolescentes, adultos y embarazadas.
También pueden presentar un mayor riesgo de complicaciones graves las personas con un sistema inmune comprometido, como las que tienen cáncer, virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), trasplantados y pacientes que siguen tratamiento de quimioterapia o con esteroides.
Entre las complicaciones graves se encuentran las siguientes:
Afortunadamente, estas complicaciones son muy poco frecuentes y afectan, principalmente, a niños y adultos no vacunados. De ahí que sea muy importante cumplir con el calendario de vacunación durante la infancia.
Aunque es poco frecuente, las personas vacunadas frente a la varicela también pueden contraer esta enfermedad, pero con síntomas muy leves e incluso sin presentar ampollas ni costras.
La mejor manera de prevenir la varicela es mediante la vacunación. Desde el año 2000, la AEP recomienda vacunar a todos los niños con dos dosis de la vacuna; la primera se administra entre los 12 y 15 meses, y la segunda, entre los 3 y 4 años.
En España existen dos tipos de vacunas para la varicela: las monocomponentes y las tetravíricas o triple víricas (SRPV), que combinan las vacunas del sarampión, rubeola, paperas y varicela.
Tanto las vacunas monocomponentes como las tetravíricas son de virus vivos debilitados en el laboratorio, por lo que no causan la enfermedad pero sí una fuerte respuesta inmune.
La inyección puede realizarse en el muslo o el brazo, según la edad, y administrarse el mismo día junto con otras vacunas, a excepción de la triple vírica, que debe tener al menos un mes de separación si no se administra simultáneamente con la vacuna de la varicela o en forma de tetravírica.
Durante la fase contagiosa de la varicela es muy importante aislar al niño para que no transmita la infección a personas de riesgo. El tratamiento se centrará fundamentalmente en aliviar los síntomas.
La mayoría de las lesiones cutáneas se curan por sí solas, aunque a veces el proceso de cicatrización puede dejar marcas, sobre todo si el niño se rasca y causa heridas susceptibles de infectarse. Para prevenir las marcas es importante evitar la exposición solar hasta que desaparezcan las lesiones.
El picor se puede aliviar con lociones antipruriginosas o antihistamínicos orales, siempre administrados bajo prescripción médica.
Para tratar la fiebre se debe evitar el uso de ácido acetilsalicílico, ya que aumenta el riesgo de síndrome de Reye, un trastorno poco frecuente que se caracteriza por una inflamación cerebral y hepática que progresa rápidamente.
En los grupos de población con mayor riesgo de complicaciones se puede administrar aciclovir, un fármaco antiviral que reduce la intensidad y duración de la varicela.
Para que sea eficaz, se debe tomar en las primeras 24 horas desde la aparición de la erupción.
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