Noviembre se ha convertido en el mes de la salud masculina gracias a Movember, una iniciativa anual global puesta en marcha por la Movember Foundation para concienciar sobre las enfermedades que más afectan a los hombres. Por ello, hoy queremos detenernos en un tema que ha suscitado una gran controversia en los últimos años: ¿comer pescado puede aumentar o disminuir el riesgo de cáncer de próstata?
Según datos de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), el de próstata es el tumor más común y la tercera causa de muerte por cáncer en hombres, después del cáncer de pulmón y el colorrectal.
En la mayoría de los casos, el cáncer de próstata aparece en hombres de edad avanzada y es poco frecuente en menores de 50 años, aunque su incidencia aumenta rápidamente a partir de esa edad.
Entre los principales factores de riesgo del cáncer de próstata están la edad, la etnia (es más frecuente en varones de raza negra), los antecedentes familiares, la genética, el tabaquismo, el consumo de alcohol y la obesidad.
Dentro de los factores de riesgo modificables, la alimentación parece tener un papel clave. Algunos estudios han demostrado que comer pescado puede tener cierto impacto en el cáncer de próstata, ya que contiene ácidos grasos omega-3 de cadena larga con efectos antiinflamatorios; y precisamente la inflamación es un factor de riesgo de dicho tumor.
Sin embargo, también hay estudios que parecen relacionar la ingesta de ácidos grasos omega-3 con el aumento de ciertos tipos de cáncer, como el de próstata.
Entre las limitaciones de los estudios está que todos se centraron en comparar el riesgo de cáncer de próstata entre las ingestas más altas y más bajas de pescado y ninguno estudió la relación dosis-respuesta entre la ingesta de pescado y el riesgo de cáncer de próstata. Dado que las ingestas más altas y más bajas de pescado difieren entre los distintos países, un metaanálisis que solo compare las ingestas podría presentar resultados engañosos.
Con el fin de resolver la controversia derivada de estos estudios, investigadores de la Universidad de Ciencias Médicas de Isfahan (Irán) realizaron una revisión sistemática actualizada y un metaanálisis dosis-respuesta sobre estudios prospectivos de cohortes que examinaron la relación entre la ingesta de pescado con el riesgo de cáncer de próstata (cáncer de próstata total, localizado y avanzado), su mortalidad y la progresión del cáncer.
En total, se incluyeron en la revisión sistemática 25 estudios prospectivos en los que participaron 1.216.474 hombres, y 22 estudios en el metaanálisis. Durante los periodos de seguimiento, que oscilaron entre 6 y 33 años, se registraron un total de 44.722 casos de cáncer de próstata.
En el estudio iraní, publicado en la revista científica Frontiers in Nutrition, no se halló relación entre el consumo de pescado y el riesgo de desarrollar cáncer de próstata, pero sí una asociación inversa significativa entre la ingesta total de pescado y la mortalidad por cáncer de próstata, de modo que cada aumento de 10 o 20 gramos/día en la ingesta total de pescado se asoció con un riesgo un 6 % o 12% menor de mortalidad por cáncer de próstata.
Otros datos que parecen apoyar la idea de que comer pescado tiene un impacto positivo en el cáncer de próstata son los aportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la cual la mortalidad por este tumor entre los países mediterráneos, donde la ingesta de pescado es muy elevada, es menor que en los países africanos y Norteamérica.
Asimismo, según los resultados de un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad de Rochester (Estados Unidos), comer pescado o tomar ácidos grasos poliinsaturados omega-3 está inversamente asociado con los niveles séricos de antígeno prostático específico (PSA), que se encuentran elevados en los hombres con cáncer de próstata.
En nuestro país no existen programas de cribado del cáncer de próstata establecidos mediante determinación del PSA, ya que no hay consenso sobre si es realmente útil en la reducción de la mortalidad debida al cáncer. En todo caso, se recomienda iniciar los controles rutinarios de próstata a partir de los 50 años.
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