La hora del desayuno y de la cena podría afectar a nuestra salud cardiovascular, tal y como indica un estudio publicado en Nature Communications, en el que han participado varios centros de investigación europeos, entre los que se encuentra el Instituto de Salud Global de Barcelona.
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte y de morbilidad en el mundo, y la alimentación constituye un importante factor de riesgo para desarrollarlas.
De hecho, se estima que la alimentación contribuye a 7,94 millones de muertes relacionadas con enfermedades cardiovasculares cada año.
Los autores de esta investigación señalan que el estilo de vida moderno, extremadamente acelerado y ligado a una continua percepción de falta de tiempo, está haciendo que aumenten prácticas como el ayuno, saltarse el desayuno o cenar demasiado tarde.
Dichos cambios en la ingesta de alimentos son importantes porque el ciclo diario de alimentación y ayuno es un sincronizador dominante de los ritmos circadianos en ciertos órganos, entre los que se encuentran el hígado, el corazón, los riñones y el páncreas, e influye en las funciones cardiometabólicas, incluida la regulación de la presión arterial.
Para comprobar el efecto de los horarios de las comidas en la salud, los investigadores analizaron los datos de 103.389 personas procedentes del estudio francés NutriNet-Santé, el 79 % de las cuales eran mujeres con una edad media de 42 años.
Durante un periodo de 13 años (de 2009 a 2022), se estudió la relación entre los patrones alimenticios y el riesgo de enfermedades cardiovasculares, para lo que se tuvieron en cuenta posibles sesgos sociodemográficos de los participantes, como la edad, el sexo, la situación familiar, así como factores relacionados con la calidad de la alimentación, el estilo de vida o los hábitos de sueño.
Los resultados del estudio mostraron que retrasar la primera comida del día se asocia con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Tanto es así que por cada hora que se retrasa esta primera comida aumenta un 6 % el riesgo cardiovascular. De esta manera, una persona que desayuna a las 9 de la mañana tiene un 6 % más de probabilidades de desarrollar una enfermedad cardiovascular en comparación con la que lo hace a las 8 de la mañana.
Trabajos realizados en modelos animales ya habían mostrado resultados similares y que retrasar la primera comida del día unas cuatro horas aumentaba el peso corporal, los lípidos hepáticos y el peso del tejido adiposo. Asimismo, retrasaba la oscilación circadiana de genes relacionados con el metabolismo de lípidos.
La imitación de la alimentación tardía en ratones también se ha relacionado con alteraciones en las fases de los relojes periféricos, aumento de peso, acumulación de lípidos hepáticos, inflamación y disbiosis microbiana.
La investigación también ha demostrado que cenar tarde, después de las 9 de la noche, se relaciona con un incremento del 28 % de sufrir enfermedades cardiovasculares, como el ictus. Al igual que ocurre con el desayuno, este riesgo disminuye cuanto más se adelanta la hora de la cena.
Los ciclos diarios de alimentación/ayuno sincronizan los relojes circadianos periféricos, implicados en la regulación del sistema cardiovascular. Según los investigadores, cenar tarde altera esta sincronización y puede llevar a trastornos cardiometabólicos, como la obesidad o un mayor grado de inflamación.
La evidencia de ensayos controlados aleatorios sugiere que una cena más tardía en la noche puede llevar a intolerancia a la glucosa, resistencia a la insulina, aumento de los niveles de colesterol y triglicéridos, y del índice de masa corporal (IMC).
Además, la ingesta de alimentos cuando los niveles de melatonina son altos, durante la fase de descanso, podría llevar a intolerancia a la glucosa e hiperglucemia.
Por el contrario, se ha visto que cuanto mayor es el ayuno nocturno, esto es, el tiempo transcurrido entre la última comida del día y la primera del día siguiente, menor es el riesgo cardiovascular, lo que pone en evidencia los beneficios de cenar temprano.
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