Pocos días han pasado desde que nuestros cuerpos y nuestras mentes han recibido a la primavera. Es una estación tan deseada por muchos como temida por otros pocos. La ansiamos por poder salir del invierno que, a veces, nos atrapa en nuestras casas. La primavera implica días más largos, temperaturas más suaves, rayos de sol en nuestra cara. Pero también podemos relacionarla con fatiga, debilidad, falta de energía, somnolencia, apatía e irritabilidad. Este conjunto de síntomas se resumen en el término “astenia primaveral”.
La astenia primaveral no es una condición médica grave, pero a veces interfiere en la capacidad de realizar las actividades diarias limitando la calidad de vida de las personas que la padecen.
La astenia primaveral, en realidad, es una situación natural del cuerpo en respuesta a los cambios estacionales (duración de la luz solar, temperatura, humedad y presión atmosférica).
Algunas medidas que se pueden tomar para aliviar esos síntomas que nos incomodan en la primavera son: hacer ejercicio físico regular, dormir lo suficiente, evitar tóxicos como alcohol y tabaco, reducir estrés en nuestras vidas y, por supuesto, mantener una dieta sana y equilibrada. A veces con estas medidas es suficiente, pero en otras ocasiones necesitaremos la ayuda de un profesional.
Como hemos visto, la dieta puede ser un pilar importante que nos va a sostener en momentos de apatía, pero por sí sola es insuficiente. Por ello, deberemos desplegar todas las medidas a nuestro alcance.
Si mantenemos una dieta saludable y equilibrada que contenga nutrientes importantes para nuestro cuerpo, esa desgana resultará más llevadera.
Si estás notando estos cambios, incluye estos alimentos en tu día a día:
Así es, lo que comemos influye en nuestro estado de ánimo. Igualmente, nuestro estado de ánimo influye sobre lo que comemos. Cuando estamos sometidos a situaciones que nos generan ansiedad, las elecciones alimentarias son diferentes y menos saludables que cuando nos encontramos bien.
A veces, comer es un consuelo emocional. Tenemos un pensamiento (negativo), que nos genera una emoción (incómoda), que nos lleva a la acción (comer). Esto es lo que llamamos “comer emocional”. El comer emocional es gestionar emociones -tanto satisfactorias como emociones desagradables- a través de la comida. Comer emocional es una conducta natural que realizamos todos, el problema viene cuando comer es la única herramienta que utilizamos para regularnos emocionalmente.
Otras veces, las emociones son consecuencia de la ingesta. La acción sería comer, por ejemplo, un alimento ultraprocesado que nos genera una emoción, frecuentemente la culpa, y termina con un pensamiento: “no debería haberlo comido”.
Cuando el estado de ánimo es bajo, hay una búsqueda de alimentos reconfortantes ricos en grasas y carbohidratos, como alimentos procesados, dulces y fritos. Estos alimentos nos brindan una sensación temporal de placer, pero a largo plazo tienen el efecto contrario.
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